En las empresas desafiamos lo imposible. Todo aquello que la imaginación se propone es factible de desarrollar en una u otra organización. Los sueños se transforman en prototipos, planes, proyectos, estrategias y en una delicada maquinaria para hacerlos posibles. En todo ese andamiaje, las personas somos protagonistas y de ahí que la función de Recursos Humanos resulte vital y crucial.
No obstante, nada sería factible ni se cumpliría la noble encomienda de generar autorealización y satisfacción a través del trabajo si antes no somos capaces de procurar el bienestar y el progreso común entre quienes colaboran en el negocio. Si bien la salud corporal es fundamental, más aún la que concierne a ese espacio notoriamente sensible que constituye la salud mental.
¿De qué hablamos? Para ser equilibrados, se trata de algo mucho más relevante que el estrés y sus múltiples implicaciones. Me refiero y, con toda seguridad, los especialistas en la materia habrán de desarrollar el tema con mayor profundidad, a aspectos como la estructura de personalidad, el autoconcepto, la autoestima, las emociones, el carácter y una amplia variedad de capacidades entre las que sobresalen la percepción, la comprensión, la comunicación, la creatividad, el aprendizaje, la adaptabilidad y la transformación.
Sin embargo, cuando las condiciones del entorno organizacional generan un ir y venir contracorriente para las personas, sobrevienen repercusiones inesperadas y ciertamente indeseables ante las cuáles no podemos permanecer con los ojos cerrados. Y aquí, para quienes estamos al frente de la función de Recursos Humanos se torna cada vez más complejo distinguir entre aquellas pruebas críticas que nos impulsan y ayudan a crecer de aquello que se puede categorizar mejor dentro de las conductas sociales tóxicas. A no dudarlo se trata de una cuestión de salud mental.
A menudo, observo en diversidad de compañías de todos los tamaños, formatos, giros y sectores, que la salud mental de las personas se encuentra en juego. Pero no aplica en todos los casos ni en el 100 por ciento de los integrantes de la fuerza de trabajo. De ahí que sea tan importante contar con el mayor y mejor conocimiento posible sobre las personas. Y aquí me refiero en verdad a ser auténticos especialistas en quiénes somos a nivel organizacional.
Más allá de los datos que proporciona el expediente de cada colaborador, debiéramos cuestionarnos seriamente qué tanto conocemos en realidad el terreno de las afecciones a la salud mental. Me refiero a los índices o niveles de ansiedad, frustración, renuncia psicológica, estrés profundo, angustia, desesperanza, comportamientos compulsivos, trastornos obsesivos, neurosis, estrés postraumático, etc.
Aquí tendríamos que poner en marcha iniciativas que superen ese primer estado de preocupación que generó la pandemia para tomar en nuestras manos y con absoluta seriedad, las acciones estratégicas que reducirán el impacto negativo en nuestra gente:
Un esfuerzo genuino del profesional de Recursos Humanos por actualizarse y estar sólidamente preparado para comprender la salud mental en las organizaciones, su manejo e implicaciones.
Generar el autoestudio, investigación y procesamiento de datos relevantes para determinar el estado que guarda la salud mental de la gente.
Categorizar en segmentos de acuerdo con las diferentes afecciones que se experimenten y el grado de profundidad que han alcanzado en la vida cotidiana de las personas y, desde luego, en sus compromisos y resultados
Determinar el grado de involucramiento que asumirá la organización con los colaboradores.
Establecer la estrategia de acciones preventivas, correctivas e intervenciones en las que la empresa tendrá participación para mejorar la calidad de vida y la salud mental de las personas.
Diseñar un proyecto presupuestal que haga viable el encuadre de acciones preventivas, correctivas e intervenciones.
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